miércoles, 17 de diciembre de 2008

KATANA

KATANA

1

La guitarra de Andrés Segovia sonaba en su cabeza, abre los ojos, 6:30 marca el reloj del equipo de música programado para encenderse con Asturias, pieza de guitarra clásica. Se sienta en la cama mirando el piso, y todavía medio dormido se acuesta boca a bajo y realiza tres series de 20 flexiones de brazo, este ejercicio que ya era una rutina le servía para despejarse completamente. La cama de dos plazas solo estaba deshecha del lado izquierdo, nunca vivió en pareja mucho tiempo, pero tampoco acostumbraba a dar vueltas por la cama y además le gustaba tener cerca la mesa de luz, en la cual descansaban Shogun de James Clavell y el teléfono celular. Una ducha rápida, un café y partió en su zuzuki intruder 800 cc negra que había adquirido hace un mes cumpliendo así un deseo de años de tener una motocicleta “chopera”. Dos años antes tuvo la oportunidad de comprar una, pero la novia que tenía en ese momento padecía de una especie de fobia hacia las motos que lo hizo decidirse por el automóvil, no sin antes recibir la tortura sicológica de la chica con la que rompería un mes mas tarde. La temperatura era agradable a esa hora, de a poco comenzaba a clarear, en noviembre los días eran ya más largos en esta zona del planeta.


- ¡Doctora! ¡Doctora! ¡Me duele! ¡Enfermera llame a la doctora!
La doctora Penélope Mir estaba sentada en su escritorio completando las últimas indicaciones y deseando que sean las ocho de la mañana, horario en que terminaba su guardia a cargo de la terapia intensiva del moderno Hospital General de Paraná, Entre Ríos, Ciudad ubicada en el centro-norte de la Argentina, a orillas del imponente Río del mismo nombre. A los 33 años había logrado una buena posición dentro del hospital, ganada con esfuerzo y mucha dedicación, por este motivo la vida fuera del nosocomio era mínima, dormir, gimnasio y de vuelta al trabajo. En esta ocasión estaban por cumplirse treinta y seis horas sin salir del hospital y no veía la hora de acostarse en su cama unas horas.
- Permiso doc, Gruñón la llama- informó la enfermera refiriéndose al paciente de la cama ocho operado de peritonitis.
- Si, lo estoy escuchando, ya se le colocaron demasiados calmantes no le podemos poner mas, en una hora llega el doctor Masetti que se las arregle él.
- ¿Quiere unos mates?
- Si por favor, me vendrían bien unos ricos amargos.
- Ya se lo preparo. - dijo mientras se alejaba.
Estaba completando los informes, cuando hizo su aparición Jorge Masetti, con su cara ovalada y unos restos de cabellos rubios en forma de corona, pancita redonda de cerveza y sonrisa libidinosa siempre que estaba cerca de la doctora Mir.
- ¡Doctora Penélope!, Como se encuentra.
- Hola Jorge, cansada, con sueño, hambre y ganas de irme a casa.- Masetti abrió grande los ojos marrones claros y levantó las cejas rubias casi blancas.
- ¡He! ¿Tan fea estuvo la guardia?
- No, la guardia normal, lo que ocurre es que hace un dia y medio que estoy acá metida.- en ese momento la enfermera dejaba el mate preperado y el termo en el escritorio.- gracias Mabel.
- Bueno recibo la guardia, contame los pacientes mientras tomamos unos amargos.


- ¡Que hermosa moto Ernesto! ¿Es nueva? . - Preguntó el guardia del estacionamiento del hospital.
- Gracias, si, es nueva, cuídamela por favor.
Ernesto Gaviria se graduó de bioingeniero a los veinticuatro años hace exactamente diez. En cuanto recibió el título fue contratado por una empresa japonesa que fabrica equipos médicos, lo enviaron a Tokio a recibir una capacitación, en donde permaneció dos años que fueron aprovechados al máximo, no solo para su profesión si no también para absorber una cultura que le apasionaba, desde los quince años que practicaba karate okinawense, el estilo shorin ryu y había conseguido el grado de tercer dan. En Japón los momentos que podía se llegaba a un dojo como se denominan los lugares de entrenamiento a practicar iai do, el manejo del sable japonés o katana.
Al finalizar su formación lo enviaron de regreso a la Argentina, mas precisamente a Paraná que era el lugar en donde había estudiado, esto lo desilusionó ya que tenía expectativas de ir a algún País que no conocía cual si fuera una continuación de su aventura en el Japón, pero el no tenía poder de decisión y lo necesitaban para enseñar y entrenar al personal del Hospital General que había adquirido varios equipos que costaban una fortuna, luego descubrió que una parte importante de su trabajo se iba a desarrollar en un sector dedicado a la investigación biomédica, lo cual sí era algo que le gustaba mucho, y no ser un simple técnico reparador de súper equipos. Las investigaciones, por supuesto eran financiadas por Katana, su empresa que llevaba el mismo nombre que el sable que tanto le atraía.
Desde el estacionamiento, que se encontraba en el subsuelo, unos diez metros a la izquierda del ascensor con el que se accedía a la mesa de entrada del hospital, había una puerta de un metal de aspecto bien sólido, Gaviria desenganchó del pasa cintos de su pantalón un cilindro metálico del tamaño de un lápiz y lo introdujo en un pequeño agujero de la puerta que se abrió con un seco “clic”, avanzó por un corredor bastante amplio con las paredes de color gris y el suelo de goma antideslizante. Al final lo esperaba otro elevador con las puertas abiertas, una vez dentro presionó el único botón del panel, y unos instantes después se abrió en el ala de investigación. Un gran salón de moderno aspecto, con distintos sectores divididos por gruesos cristales, a través de los que se podían observar, en algunos, personas trabajando con teclados de computadoras con finísimos monitores de cristal líquido, en otros, personas con batas blancas en laboratorios, y un sector más grande donde habían computadoras, aparatos electrónicos y mas gente de bata blanca, como si fuera una amalgama de los anteriores, y así era, allí se ponía en práctica y se combinaba la biología con la electrónica, y Ernesto Gaviria gracias a sus conocimientos en ambas materias, era la pieza mas importante en la coordinación de las investigaciones. Hay que decir también que desde un principio fue un “mimado” de la empresa, por su inteligencia y por su actitud influenciada por los años de práctica en las artes marciales que él trasladaba a todos los aspectos de su vida.
- ¡Ernesto!- El grueso jefe de seguridad lo detuvo cuando tenía la mano derecha apoyada en la puerta del sector principal.- Tienes que ir al mirador.- Ernesto lo miró con cara de signo de interrogación.
- ¿Al mirador para que?- preguntó sin retirar la mano del vidrio.
- Parece que está de visita el capo máximo de Katana y quiere verte.- dijo levantantando los hombros y las cejas a la vez. A Ernesto le caía bien Jorge, así se llamaba el encargado de coordinar la seguridad del área más importante y costosa del hospital, a pesar de su impresionante tamaño, un metro ochenta igual que Gaviria, pero el doble de ancho que él, y eso que tenía un cuerpo bien entrenado, tenía en los ojos un gesto de inteligencia impropio de los de su tamaño.
- Bueno vamos a ver al capo.- Dijo palmeando la espaldaza de Jorge.
Desanduvo sus pasos hasta el estacionamiento, y decidió subir por las escaleras los tres pisos hasta el mirador, que era un gran balcón en forma de semicírculo que daba al río Paraná ofreciendo una vista espectacular a todas horas, pero más al atardecer cuando el rojizo astro se metía a las las aguas del río en un recodo. Un piso antes de llegar se apoyó un instante en la ventana abierta a observar un velero que cruzaba en ese momento, cuando se escucho unos gritos y a menos de un metro de su cara pasó hacia abajo un bulto que su mente, de alguna manera, lo asoció con un niño, y sin pensarlo dos veces se arrojó al agua.


Penélope se dirigía hacia su Volswagen Fox pensando que incluso con lo cansada que estaba, si se acostaba inmediatamente no iba a poder dormirse, además no quería perder toda la mañana, prefería aguantar hasta la siesta, -si- decidió, -voy a prepararme unos mates, a tocar la guitarra unos minutos y luego paso a visitar a una amiga por su negocio.- estaba acercándose a su vehículo cuando a su izquierda la puerta metálica de la salida de emergencia se abrió dando un terrible golpe contra la pared que la hizo dar un salto hacia el costado del susto.
- ¡Tiene pulso pero no respira!- un hombre con un niño de raza asiática en brazos, chorreando agua. Tardó un instante en reaccionar debido a la sorpresa, pero enseguida comenzó a funcionar en su mente el programa con los pasos a seguir.
- ¡Hay que liberar la vía aérea de obstrucciones!
- ¡Libre, ya revisé!- respondió sin dejar de avanzar con ella corriendo a su lado.
- ¡Aspiró líquido, hay que llevarlo al shock room!
Corrieron por las escaleras mientras Ernesto hacía compresiones en el pecho con una mano contra su cuerpo, el niño inconsciente, escupió agua dos o tres veces. Al llegar lo colocó en una camilla y retrocedió dos pasos al ver como la doctora manejaba la situación con seguridad. Al cabo de unos minutos estaba intubado y con asistencia respiratoria mecánica.
- El niño está bien, ahora hay que esperar a que el cerebro no haya estado mucho tiempo sin oxígeno.- Ernesto asentía sin decir nada. Pensaba en las películas, que en casos similares luego de unas compresiones y respiración boca a boca, la persona se despertaba tosiendo y todos lloraban de alegría, en la realidad la RPC o reanimación cardiorrespiratoria solo sirve para mantener la oxigenación en órganos vitales hasta que se reciba la atención médica correspondiente, no para “reanimar” realmente.-¿quien es, lo conoce?- Penélope sabía que él trabajaba en el hospital, se habían cruzado en algunas ocasiones por los pasillos, se saludaban pero nunca conversaron.
- No yo...- Se interrumpió al escuchar voces que le sonaban conocido, no eran las voces, era el idioma, hablaban en japonés. Se acercaban caminando apurados por el pasillo dos hombres, uno debía tener alrededor de sesenta años aunque no parecía de mas de cincuenta, había descubierto en sus años en Japón que los orientales siempre aparentaban menos edad de la que tenían realmente, el otro mas joven y más alto caminaba medio paso detrás como cuidándole la espalda. El viejo se detuvo y el otro se acercó a la doctora.
- Perdón - dijo en un español bastante correcto.- ¿podría informarme como se encuentra el niño?
- En este momento está estable pero es muy pronto para dar un pronóstico. ¿Son ustedes familiares?
- Si, el señor Matsuoka es su abuelo.- dijo mientras Ernesto y Penélope miraban sobre su hombro al anciano que permanecía con la vista fija en su nieto y con el rostro inescrutable.
Matsuoka, seguramente era la persona con la se tenía que reunir, pensó Gaviria. Se sentía como en un estado de irrealidad con lo ocurrido, pasó todo en forma automática y recién estaba tomando conciencia de lo ocurrido. Se había lanzado por la ventana a ciegas tras un bulto, que podía haber sido tanto una persona, como una bolsa con residuos. Seguía en estos pensamientos cuando, como para reforzar todo lo extraño ocurrido, vio al japonés torcer el gesto, tomarse el hombro izquierdo y caer al piso. Los médicos lo atendían, mientras el oriental más joven se acercaba para escuchar algo que intentaba decirle el viejo. Toda la energía que había demostrado hasta entonces, pareció abandonar a Ernesto, agotado salió de la sala convertida en un revuelo y se dejó caer en una silla de la sala de espera. El aire acondicionado le recordó que continuaba con la ropa empapada, no sabía que hacer, ¿volver a trabajar? no, ¿ir a su casa? tampoco. Médicos y enfermeros entraban y salían. Familiares de algunos pacientes se amontonaban y se tocaban con cara de tristeza y preocupación. Un hombre estaba sentado con la mano izquierda envuelta en un trapo ensangrentado esperando que lo atiendan. Una señora escandalosa exigiendo algo a la chica que estaba en la recepción, y que la miraba con cara de infinita paciencia, en las pocas pausas que hacía la mujer, intentaba explicarle algo, pero inmediatamente era interrumpida por mas alaridos de protesta.


La doctora Mir tiró los guantes al recipiente de residuos, las enfermeras desconectaban los monitores del cuerpo sin vida del hombre, mientras del otro lado del biombo trasladaban a su nieto a terapia intensiva bajo la atenta mirada del otro japonés.
Decidió que ya era suficiente, necesitaba salir del hospital, volver al mundo. Ni siquiera se acordaba donde quedó su bolso y las llaves del auto, fue todo muy rápido y muy intenso, y también, tenía que admitir que bastante extraño, y eso que se ven cosas extrañas en una guardia de hospital.
Tuvo que hacer un esfuerzo mental para recordar en que día de la semana estaba, viernes, doce horas mas a la noche y quedaría libre hasta el lunes. Normalmente tenía a su cargo la guardia de los sábados, pero debido a que tuvo tres días seguidos, le dieron el fin de semana. No era que la explotaran, a ella le gustaba lo que hacía, y como no tenía muchas otras cosas que hacer aceptaba de buen grado cuando le ofrecían alguna guardia de más. Su madre que en un principio se sentía muy orgullosa de su hija médica, en los últimos años se preocupaba porque no salía del hospital, siempre que hablaban le insistía en que saliera un poco a divertirse. -¿a mi no me aburre nada de lo que hago!- le replicaba ella. -¡Un desperdicio una chica tan linda!-, insistía la madre que no veía nietos en un futuro próximo. Su hijo menor, de veintisiete años, al contrario que su hermana, vivía de fiesta, le gustaba la noche, y cambiaba de novia cada tres meses.
Los rulos de su cabello negro le caían en la cara, y se acordó que ya estaba vestida de “civil”, como llamaba a la ropa que no utilizaba para trabajar, tenía puesto unos vaqueros gastados y una remera musculosa. De repente se sintió extraña con vestida de esa manera dentro de la guardia. Salió al pasillo y lo vio sentado en la sala de espera con la mirada perdida y los cabellos castaños medio revueltos. Se sentó a su lado.
- Me llamo Penélope- él giró la cabeza hacia ella, y se dio cuenta por primera vez de los ojos grises, que se aclararon mas con la luz del sol que entraba por los ventanales.- pero los que me conocen me llaman Peny.
- Ernesto, me llamo Ernesto.- dijo reaccionando.- me gusta como suena, Peny.- estornudó, y se le cruzó un escalofrío por la espalda.
- Tendrías que cambiarte esa ropa húmeda, te va a hacer mal.- estaban los dos recostados en las sillas mirando hacia delante. Se abrieron las puertas de la guardia y alguien llamó al hombre del trapo con sangre. La señora de los gritos dejó momentaneamente en paz a la pobre recepcionista y fue a sentarse en un banco. El hospital seguía su ritmo habitual pero ellos parecían observarlo por primera vez, era una perspectiva distinta, estar sentados en una sala de espera. Pero ninguno de los dos sabía que estaban esperando.
- Me parece que tenía que reunirme con el japonés, creo que es mi jefe.
- Era - dijo, siempre con la vista hacia delante.- infarto masivo, no salió.
- Mmm - balbuceó Ernesto también en la misma posición.- tendría que volver a trabajar.
- Y yo tendría que irme a mi casa.- silencio-
- ¿Tomamos un café al frente?
- Bueno. - se pusieron de pié y se dirigieron hacia la salida. Cuando iban a cruzar la calle escucharon que alguien llamaba.
- ¡Señor Gaviria! - ¡ y ahora que! - Pensó Ernesto. Se dieron vuelta, y descubrieron al japonés que se acercaba. - necesito hablar con ustedes.- dijo al llegar junto a ellos. Se miraron con cara de sorpresa.
- Bueno, vamos al bar.
Se sentaron en una pequeña mesa redonda junto a la ventana. Otras mesas estaban ocupadas en su mayoría por médicos con sus batas blancas, y como casi siempre ocurre hablando de medicina, la doctora saludó a algunos con un cabeceo. En la barra un solitario tomaba el desayuno, la promoción, café con leche con dos medialunas. Ordenaron un café negro Ernesto, cortado Penélope, y un agua con gas el oriental.
- El señor Matsuoka alcanzó a dejarme las indicaciones antes de perder el conocimiento.- comenzó diciendo el hombre de rostro cuadrado, los ojos eran bastante redondeados a comparación de otros japoneses, de aproximadamente un metro setenta y cinco de altura, como la doctora Mir. De cerca se podía observar que no era tan joven como parecía, unos surcos horizontales cruzaban por su frente, y tenía cabello negro muy corto.- me pidió que le transmita lo que iba a decirle antes de que ocurriera el accidente, también me dejó otras instrucciones previendo que no se iba a recuperar. Hizo una pausa mientras la camarera dejaba el pedido en la mesa, generando suspenso. - Todos los proyectos importantes de investigación y desarrollo como los que aquí se realizan tienen distintas fuentes de financiación, y cuando son realmente importantes, los países más poderosos se hacen cargo de ellos generalmente utilizando su capacidad económica, y en otros casos, cuando lo anterior no funciona, se hacen cargo por las malas. - Penélope escuchaba sin comprender a donde quería llegar, ni qué tenía ella que ver, mientras tomaba su cortado. - Matsuoka era una de las pocas personas en el mundo que podía financiar por si solo estos proyectos, pero para evitar llamar la atención, se diseñó un sistema donde las investigaciones más importantes, se llevan a cabo en ciudades poco conocidas en el ámbito mundia y con alguna pantalla, como en este caso un hospital. La idea es que, por una vez, un gran avance tecnológico pase del laboratorio a la gente, sin que sea demorado y utilizado con fines menos nobles, como un elemento militar o incluso otros peores. - realizó una pausa para beber un trago de agua y ninguno de los otros dos acotó nada, querían saber hacia donde iba todo. - usted, señor Gaviria, sabe muy bien la trascendencia de lo que se está a punto de lograr, y del buen o mal uso que se podría hacer del resultado. - Ernesto cuando tomaba conciencia de su trabajo se sentía abrumado por lo extraordinario de lo que se realizaba en esa pequeña ciudad mesopotámica. En realidad lo que ellos estaban desarrollando se ven en las películas y en las series de televisión de ciencia-ficción desde hace años, que distintas partes del cuerpo puedan ser substituidas por componentes artificiales, pero que estén conectadas neuronalmente con el sistema nervioso central. Cuando le mostraron por primera vez los objetivos del proyecto en el que tenía que trabajar se acordó de la serie que veía de chico: “el hombre nuclear” o la “mujer biónica”. - Nos llegó la información de que están rastreando el proyecto, y están cerca.
- ¿Quiénes están rastreando? - preguntó Gaviria
- No lo sabemos con certeza, pero creemos que los Estados Unidos o Korea de norte. - Penélope, que al comienzo se sentía intrigada, comenzó a pensar que el hombre estaba loco y que les estaba contando una historia, además de poco creíble, trillada.-Estados Unidos o Korea del Norte! - pensó - ¡menos mal que no dijo Rusia!-.
- Lo que pasó con el niño.
- Fue un accidente. - interrumpió meneando la cabeza. - estaba jugando en la baranda, y se me cayó. - “se me cayó”. Evidentemente se sentía culpable de lo ocurrido. - Señor Gaviria, el señor Matsuoka, por motivos que solo él conocía, iba a encomendarle a usted, la misión de trasladar el proyecto a otro lugar. - Ernesto estaba totalmente confundido, pero no dudaba de lo que decía el japonés debido al estricto secreto con que se manejaba la investigación. - y en los últimos momentos, durante el ataque, me pidió que me ponga a disposición suya, además de cierta suma de dinero para usted y la doctora. - Yoshi Saotome se consideraba a sí mismo un verdadero samurai, por su sangre corría la herencia de grandes guerreros del Japón, por parte de padre y de madre, su vida se guiaba por un estricto código, donde el honor, la fidelidad y el estar preparado para la muerte eran los items principales. Su abuelo y su padre sirvieron a la familia Matsuoka, y el, a los cuarenta y cinco años, se había convertido en el brazo derecho de su señor. Si bien no le gustó en lo mas mínimo la idea de servir a un occidental, nunca se le cruzó por la cabeza la idea de desobedecer.
La doctora Mir que hasta el momento se mantuvo seria escuchando el relato, no pudo contener una sonrisa de incredulidad, y miró con complicidad a Gaviria esperando que este le correspondiera. Pero él estaba con la vista fija en el japonés y la taza de café en la mano, como si estuviera paralizado.
Yoshi dijo algunas cosas mas sobre el plan para llevar a cabo la misión, también sobre llevar al niño con sus padres. Penélope no sabía por que Ernesto le prestaba tanta atención al japonés deschavetado como si lo estuviera tomara en serio. Cuando este al fin se levantó y se dirigió hacia el hospital dio rienda suelta a la risa, pero Ernesto permanecía serio.
- ¿No te vas a creer lo que dijo este pirucho no?
- Mira, entiendo que parece extraño, pero hay cosas que yo sé y vos no. - como si tuviera la necesidad de desahogarse le explicó todo, el proyecto, su preparación en Tokio y los contratos de confidencialidad y silencio que firmó. Penny solo pudo salir de su perplejidad cuando el estómago le gruñó avisándole que era el medio día, y aún no había probado bocado.
Fueron a almorzar a un bonito restaurante sobre la costanera a dos cuadras del hospital. Comieron la sugerencia del chef, surubí al paquete, y lo acompañaron con una cerveza bien helada. Fuera la temperatura llegaba a treinta y cinco grados, era viernes veintinueve de noviembre del año dos mil cuatro, el día en que la vida de Ernesto Gaviria y de Penélope Mir, cambiaría para siempre.